La verdad es que no se recuerda una Semana Santa conquense con tanta suspensión procesional por culpa de la lluvia y el granizo. Ha sido verdaderamente una triste realidad para quienes estamos esperando todo el año su llegada, y cuando se presenta el momento decisivo, las inclemencias del tiempo o los trastornos de la propia Naturaleza, lo ha «llevado al traste».
Luego estará ese refrán tan usual de «no hay bien que por mal no venga», e intentamos convencernos de que lo que ha sido malo por un lado, pueda ser bueno por el otro. Y realmente así suele pasar, por cuanto la ausencia de lluvias en estos últimos años ha provocado una sequía que era necesario poder paliar y que, sin duda, con estas lluvias incesantes –nieve en la Serranía– se han remediado males.
Y me trae al recuerdo, el caudal de agua que los ríos llevan. La nieve de las alturas montañosas y las incesantes lluvias han provocado corrientes rápidas, turbulentas y peligrosas, y cuando te acercas al Huécar, nuestro río particular e histórico, observas cómo bajan sus aguas por ese cauce de la carretera de Palomera, Paseo del Huécar y calle Tintes, y comienzas a recordar las inundaciones de antaño.
Cierto es que las canalizaciones han mejorado la situación, pero bien escrito está, cuando el agua saltó su cauce natural para invadir el convento de las Concepcionistas hasta casi su Sagrario, o cómo el Molino de San Martín quedaba anegado, incluso la parte baja de aquel Cristo del Amparo. Según Muñoz y Soliva, esta primera sucedía el 10 de junio de 1806 cuando las maderas del molino obstruyeron los ojos de los puentes de la puerta de Valencia y del Postigo; y la segunda, la del 13 de agosto de 1947, que bien nos la describe Antonio Rodríguez. En las páginas de la historia aparecen las inundaciones de la llamada Calle del Agua, por ese buen motivo, aunque su nombre sea calle de Fray Luis de León, llegando el agua hasta la Plaza de España y Plaza de Cánovas, anegando esas huertas hasta la Trinidad. Dicen los papeles «una imagen del Niño Jesús fue encontrada en el Puente de palo y dos cerdos, en los aledaños de San Antón».