Ilusionante convocatoria, certeros aspectos que abordar, excepcional marco en el que reflexionar sobre aspectos educativo-musicales, genial organización... Como es habitual, los mimbres divisados en el horizonte, esta vez en tierras extremeñas, hacen prever que con voluntad, compromiso y responsabilidad, el congreso que convoca a docentes de música de nuestro país puede ser un genial foro de debate que contribuya a asentar solventes pasos a dar en un contexto, el de la educación musical, maltratado por la sociedad y un tanto dejado de la mano –¿de Dios?; no– de aquellos que deberían mimarla especialmente: los que viven de ella, fundamentalmente el profesorado, ese colectivo que pilota los busques en los que se lleva a cabo tan largo y a menudo incómodo crucero, los conservatorios.
La organización del evento optimiza una vez más sus recursos físicos y emocionales intentando generar escenarios de debate para esos profesionales… pero el resultado es parecido al de siempre. Da vergüenza ajena escuchar las razones que unos esgrimen –«Es que yo tengo mucho trabajo», «Sé que todo esto no sirve para nada», «Yo es que…»– para no comprometerse, pensando que los que lo hacemos estamos habitualmente tumbados a la bartola o somos tontos del bote que no entendemos razonamientos de tan alto nivel intelectual. Es nuestro castigo por ser personajillos tan mediocres. Otros, algo más voluntariosos, sacan unos minutillos para asistir, escucharse a sí mismos –algunos solo hablan de «su libro», aunque este tenga dos páginas y estén llenas de perogrulladas– para marchar a continuación. Y solamente un puñado de verdaderos corsarios pelea denodada y regularmente por hacer visibles las necesidades de la educación musical, un mundo con multitud de cuestiones pendientes de revisión, mejora y compromiso.
Los más seguirán culpando a los políticos de turno de las carencias y necesidades que nos agobian; los menos seguiremos peleando dentro y fuera de las aulas con acciones asentadas en la convicción de que dictar docencia en un arte como el de la música requiere capacidad, responsabilidad, entusiasmo y cabeza, que diría mi abuela. Eso nos pasa por pedir peras al olmo. Y así nos va. Y peor que nos irá. ¡Al tiempo!