Solo ha habido unos ganadores. Aquellos que durante una temporada de ensueño han demostrado con su valía sobre el césped, maltrecho en muchas ocasiones, que merecen jugar en una categoría de peso nacional como es Segunda RFEF. Los Jairo, Pablo Olivares, Yuya, Bernabéu y compañía, sin excepción, son los únicos que han demostrado estar a la altura de las circunstancias. Como los sufridos y contados –no nos engañemos tampoco–, aficionados. En la agria polémica de la semana pasada todo el mundo debería mirarse al ombligo y analizar, en un viaje introspectivo con su propia conciencia, qué es lo que ha hecho o qué es lo que ha dejado de hacer; qué es lo que ha dicho o qué es lo que ha dejado de decir... Declaraciones a los medios, notas de prensa, comunicados... réplicas y contrarréplicas en las que todos los actores de esta película tragicómica –también algunos de reparto sin vela en el entierro– tuvieron texto en el guión. En algunos casos, papeles protagonistas, en otros secundarios y algunos otros poco más que un cameo. Pero todos tuvieron su minuto de gloria. Los espectadores, con diferentes gustos sobre este género fílmico, han presenciado la obra con división de opiniones. Haberlas las ha habido. En cantidades industriales.
Esta tragicomedia, que promete segundas partes a no mucho tardar, deja un final abierto tras una trama azarosa y con giros de guión inexplicables por parte de unos y otros. Abierto porque ahora la pelota está en el tejado de uno de los protas –el club–, que tiene que tomar una determinación tras el órdago –ya replicado– que lanzó al Ayuntamiento con este miércoles como ultimátum.
Solo cabe esperar un final sorprendente tras un giro radical de los acontecimientos. Como en Los Otros, donde los muertos eran ellos. O en Origen, donde no se sabe muy bien si el sueño ha terminado. O en Shutter Island, donde el más loco de todos es Di Caprio. Más vale que el final de toda esta historia no sea al que parece que nos dirigimos si nadie lo remedia; el final previsiblemente sonrojante que termina poniendo a cada uno en su lugar y donde todo concluye como el rosario de la aurora. Como en Titanic, con casi todos ahogados o muertos de frío... y llorando a lágrima viva porque, a pesar de conocer el triste final, la historia de amor es demasiado bonita para que termine de esa manera. Lo que ha hecho la Balompédica este año es para que todos, juntos, acabemos comiendo perdices. El final de una película que, aunque enrevesada en su argumento, todos queremos.