Un conquense en la capital se enfrenta con frecuencia a piropos improvisados, pero para ilustrar el asunto me quedo con las veces que me han llamado 'paleto' asemejando el epíteto a 'inculto'. Curiosa, Madrid, avariciosa en lo que a apropiación cultural se refiere. Imita la Feria de Sevilla en sus locales universitarios, ha fotocopiado al alza la 'Mascletá', y sólo le falta soltar toros Castellana abajo torciendo a derechas en Eduardo Dato disfrazada de Estafeta. Aquí habitan algunos que se creen más cultos que el provinciano por tener la Gran Vía llena de musicales. Te interese o no, no estamparte contra cultura en Cuenca es de torpeza o de buen regateador. Hace pocas semanas, la Fundación Contemporánea publicó su particular ranking con las mejores propuestas culturales de Castilla-La Mancha, y seis de ellas estaban en nuestra provincia.
La Fundación Antonio Pérez comparte medalla de oro con el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro; y Estival Cuenca se colgó un bronce 'ex aequo' con el festival Abycine. Dos botones de la capital, cada uno de su familia, paradigmas de la calidad del catálogo conquense. Una, con más de un cuarto de siglo siendo referencia cultural, no ha parado de crecer hasta ofrecer espacios también en Huete y San Clemente. Otra, cita musical que brilla y hace brillar todos los escenarios en los que monta tablas, conforma con la ciudad un matrimonio cultural igual de sólido que el que ofrece su cartel. Otras tres referencias lucen en la lista dejando al margen a una Semana de Música Religiosa que se ha desplomado por lo torpe del año pasado. En ella aparecen el Museo de Arte Abstracto, el Monasterio de Uclés o la Catedral de Cuenca. Poco más puedo añadir a la historia de un espacio museístico que ocupa la postal más icónica de la ciudad. Poco más puedo escribir de un emblema de la provincia que cada vez dibuja una programación más completa. Y poco más puedo opinar de nuestra Catedral.
Pero estas cinco cartas son cinco más de todas las que completan la baraja de la oferta cultural de Cuenca, que es toda de ases. Pienso en este punto en la cultura de las plumas patrias. La de Jesús Huerta, que cambió el miedo de bar en su primera novela. O la de Alberto Val, que entre perras y flechas amarillas lleva ya cuatro prólogos. O la de Julia de la Fuente, que insulta con una juventud pese a la cual lleva cinco libros de los que se cuelgan cada vez más fieles. O la de Soco, que gritaba su nombre en cada verso. Te echo de menos. Hay más cultura de copón y estrella en nuestra tierra. La de Marcos Valencia cada vez que junta recortes; la de Adriana Semprún cada vez que baila; la de Santiago David cada vez que excava; la de Cruz Novillo cada vez que diseña. La de Pavana Dingo cada vez que se juntan. La de Jesús Segura cada vez que entra en la cocina. Que me perdonen el oso y su madroño si se me cae la cultura de la alforja, aunque mi boina no luzca en una pared del Prado.