Tres días eran pocos. Él había resucitado a las 72 horas, pero él, sabiéndose quién es, sintió que en su caso debía superar ese plazo y llegar a los ¡5 días!, 120 horas en las que la agonía de los suyos lo consolidaría como icono, incluso como ser revitalizado y mártir. Siente que él no es uno más. Por ello, siguió hilando fino. Si Él falleció por deseo de sus enemigos, que no suyo, sumiendo a los propios en un mar de lágrimas, ¿se iba a contentar él con esa vulgar realidad? ¡No! Por ello, fue él mismo quien decidió volatilizarse, evaporarse, darse nueva esencia, ir, venir o lo que se le antojase. ¡Que los suyos sufriesen! ¡Que temiesen lo peor! Y es que sabía que, si quería ser de verdad valorado como lo que se siente, su retiro debía ser diferente, metafísico y sublime. Lo que fuese, pero solo suyo, de él, por él, en él y para él.
Cumpliendo lo escrito, Él resucitó al tercer día. Lejos de dejar a terceros que fijasen calendario alguno, él mismo anunció el que se le antojó para ¿vivificarse? ¡No! Eso sería chabacano. ¡Para anunciar si definitivamente decidía quedarse, irse, revivir entre los vivos, habitar en el limbo, darle a su gente más quebraderos de cabeza o seguir en los cielos como habitualmente hace rodeado de estrellas celestiales y de alucinados terrenales!
Lo del garito en el que decidió ocultarse es otro cantar. Pronto descartó lo de recurrir a un sepulcro, aunque a Él le hubiese dado vida entre los muertos. Por ello, se quedó disfrutando de su auto permiso de cinco días de empleo ¿y sueldo? en su palacete, lo que le permitió estar en condiciones superiores a las de Él: viandas y enseres a tutiplén, paseítos y no dormir tumbado en el suelo. ¡Y con su particular María Magdalena dentro!, y no lo que le pasó a la de Él, que lo estuvo esperarlo a la intemperie pasando calamidades y sufriendo escraches.
Fiel a su estilo, cuando decidió personarse ante el pueblo y aliviar la cagalera que cogieron sus propios, se puso su mejor traje –¡lo de Él no tuvo nombre; harapiento, sucio, maloliente!– y por si alguno más de esos 12000 que le esperaban –¡superó por goleada a los 2 o 3 que esperaron a Él, eso sí!– quería saber de él, miró a una cámara y dijo: Me quedo porque estoy aquí. Unos respiraron al tiempo que se mearon a la pata abajo, otros se acordaron de sus muertos y él decidió asentarse en el género epistolar. Y en ello anda. Que Él nos pille confesados con lo palizas que es cuando le da por algo.