Siempre fui hormiguita. Cada papel, por insignificante que pareciese, lo guardaba como un tesoro convencido de que si yo mismo, pasado un tiempo, lo valoraría, qué no sentirían mis descendientes al tener en sus manos entradas de cine, billetes de autobús o llaves de hotel de mucho tiempo atrás. Cada congreso al que asistía, cada viaje realizado, cada gestión sufrida suele estar rodeada de infinidad de papeles que siempre guardé. Afortunada o lamentablemente, esa costumbre la abandoné hace años habiendo iniciado otra, contraria a esa, que ahora me ilusiona, aunque de manera diferente: destruir buena parte de esos recuerdos, de esos singulares obsequios que la vida me dio durante décadas. Y esta, lejos de generarme pesar, me está regalando no poca tranquilidad.
En carpetas tengo todo tipo de documentos: cartas, registros administrativos, expedientes singulares y un muy variado conjunto de papeles que, de una manera u otra, me recuerdan los vínculos mantenidos con personas con las que he tenido alguna relación personal, laboral e incluso sentimental. Durante años los archivé convencido de que eran un tesoro maravilloso que un día me ilusionaría volver a acariciar. Sin embargo, entre tanto papelajo también conservo bombas de relojería que, de volver a leer, encresparían mis ánimos y podrían encender, de ser expuestos a luz pública, algún que otro telele o síncope. Durante años pensé que un día escribiría, de manera documentada, sobre alguna época pasada concreta de mi vida… pero afortunadamente las arrugas y las canas, al margen de hacerme más viejo, no han hecho sino reforzar mi la convicción de que el rencor no lleva a nada bueno. Así, mis pensamientos de hace años han quedado totalmente dinamitados por las más de seis décadas de edad con la que ahora cargan mis huesos… y ciertos personajillos, algunos de los cuales pagaron con deslealtad lo recibido, pueden así dormir definitivamente en paz.
Hace semanas adquirí una trituradora de papel y, uno a uno, estoy destruyendo todo lo que me podría provocar regresar al pasado con dolor ya que, aunque fuese compartido, no sería por ello menos doloroso. Solo tengo una duda: ¿seré capaz de destruir las primeras cartas de amor de amor que con solo 16 años recibí? Cuando las encuentre, resolveré mi duda.