Las cruces en el cerro de la Majestad. El trasiego de camiones y andas desde la nave a las iglesias. El encuentro con el que está fuera y con el que está siempre. Sacar túnicas y capuces. Probar la primera torrija. La charla interminable sobre esto o aquello. Las subastas. El mimo, el cuidado y el esmero en la preparación. Subir a las Angustias de la mano de tu madre. Subir a las Angustias de la mano de tu novia. Subir a las Angustias de la mano de tu mujer y tus hijos. Tener un ojo en el cielo permanentemente. El nudo en la garganta y el mariposeo en el estómago de la previa. Convertir una marcha procesional en tu banda sonora. Encontrarte, sin querer, paseando por el recorrido procesional.
Las Angustias en Tintes y pensar que mañana empieza todo. Los golpes en la puerta de San Andrés. El primer sonido de la banda de la Junta. El cimbreo de palmas y olivos. Estrenar algo para que no se te caigan las manos. La alegría del Hosanna. El primer resolí con aroma a incienso. El viaje interior a golpe de tambor, antífona y salmo. La girola de la Catedral abrazada por una Veracruz que se hace inmensa. La primera tulipa rota. El niño que se divierte con su cruz. Una melena al viento. La Esperanza tomando las calles. El golpeo de las velas contra el cristal. La mirada furtiva desde la ventana. El beso adolescente, casi robado, al paso del nazareno. El arrullo del Olivo. La penitencia anónima pero presente. El bancero que debuta. El bancero que se jubila. La lágrima de una nueva espera anual. Las noches frías del Perdón y el Silencio. La búsqueda del calor de la vela. El incienso que te acompaña durante un año pegado a tu ropa y al recuerdo.
Una campana que avisa. Un Cristillo que acompañaba a los ajusticiados. El aire roto por el flagelo. La familia que echa de menos a quien ya no está. La procesión celestial. El bocadillo en la plaza. Una oración musical en forma de Miserere eterno. El lento ascender del Nazareno. El niño que rompe su tulipa por primera vez. El Hermano Mayor que, en su vejez, recibe ese honor. El directivo que cambia el sentir por el gestionar. La Banda de Cuenca, por fin. La madrugada de dolor y tambor. La turba que queremos. El Salvador abriendo sus puertas. El amanecer rojo y verde. La Soledad Agustina y Antonera. Carretería, sucesión de Cristos y miradas eternas. El silencio de la Plaza Mayor en el triste entierro.
El cirio que acompaña. El frío que se mete por los ojos del capuz. Las Monjillas. Una nueva Vigilia Pascual Nazarena. Y el Triunfo, la Resurrección. El Amparo. El Encuentro. Las palomas y la alegría. La espera. La última Marcha. El cierre de las puertas de San Andrés. El anhelo de lo que llegará. El recuerdo de lo que ocurrió. El sosiego. Y el trabajo para volver a sentir que en Cuenca siempre es Semana Santa.