Imagine que votaran los chiquillos. Imagine ese programa electoral, ese 'puedo prometer y prometo' de confeti y chuches. Imagine ese candidato a alcalde diciéndole a uno de siete que su voto es importante para blindar no sé qué derecho conquistado a base de lucha. O convenciéndole a uno de ocho de que el futuro será, sin duda, mejor. Imagine a ese elector pensando en cómo barrer para su casa. Quiero caramelos, quiero merendar, quiero que mi madre no trabaje tanto o abrazar a mi padre más de una vez al día. O columpiarme a gusto en el parque, que uno ya ni puede hacer algo parecido. Hoy por hoy, ganaría las elecciones quien convenciera con su programa a los que ahora no pueden votar. En Cuenca hay, niño arriba, niño abajo, unos 5.500 menores de nueve años, INE dixit. Deles potestad de voto y eche cuentas otra vez. No ganaría ningún alcalde que no prometiera mejorar los columpios de la ciudad.
Mire que yo soy ya cascarrabias y a veces paseo por un parque y maldigo el suelo blandito de caucho. «Los críos de hoy van a salir flojuchos», me digo a mí mismo mientras me recuerdo pelándome las rodillas en la arena del parque de la Fuente del Oro por intentar subir a la cima del tobogán al revés. Las reglas del parque, de cuando pequeño, son reglas que no entienden los mayores. Guardar turno para el subibaja porque el de Segundo manda y está primero; dejar paso en el tobogán porque viene el de Tercero; liturgias, secuencias no escritas pero que se respetan. La ley del parque. Leyes de parque que en mi Cuenca de los primeros 90, cuando yo los frecuentaba, estaban escritas a fuego. Recuerdo el campito de fútbol 3 en Torremangana, ¡guau!, o cuando pusieron aquel tobogán naranja en Paseo del Pinar que te cargaba de electricidad estática para calambrar a cualquiera que se acercara. Eran retos asumibles, no como los de ahora.
Una ciudad que demanda natalidad debería tener reclamos suficientes como para que los niños quieran nacer y puedan solventar su primera fase de persona, la de columpiarse sin miedo a nada y seguir avanzando. Aquí, no pueden. Astillas de madera, balancines ausentes o rotos, arena que «da asco», columpios peligrosos, «incluso jeringuillas». No lo digo yo, lo dicen las madres de Martina y Alexia, las niñas más bonitas de la ciudad. Si los niños votaran, habría mítines de políticos, los que fueran, desde lo alto del caballito. «No te escalabrarás aquí». Pero no, no votan. Ay, si votaran... Si un elefante se balanceara sobre la tela de una araña en un parque de Cuenca, no tendría que llamar a otro elefante, porque no vería opción de no caerse. Se cae, fijo. Eso si no se corta. Hay una expresión, no sé si muy conquense o simplemente castiza, que dice algo así como «vete a la mierda que han puesto columpios», que en la Cuenca de hoy podría cambiarse por «vete a los columpios, que son una mierda».