En Cuenca ciudad pasan cosas increíbles en todos los sentidos. Aparecen personajes sin esperarlo –el otro día andaba por aquí un ministro coreano–, disfrutamos con otros personajes que aquí viven y apenas alternamos con ellos –mejor prueba, Javier Cansado–, o bien, llegas a la Plaza de la Merced, barroca en todo su contenido, y gracias a su acústica especial, las voces del grupo tinerfeño La Parranda Chasnera llena su atmósfera con canciones y melodías sin retorno.
Eso es Cuenca. Dicen que es única y lo es, para bien y a veces para mal, pero única. El turismo de weekend –fin de semana– llena los espacios, las plazas, los rincones de leyenda, y los establecimientos hosteleros del caso antiguo; pero también, gracias al Grupo Torcas –emblema de la música tradicional conquense– vienen amigos desde Tenerife y la tormenta les impide su actuación en el parque de San Julián –tal y como estaba previsto– y, sin embargo, actúan a capela en la Plaza de la Merced, en un bar del centro o en el Natura, después de una suculenta cena disfrutando de ese paisaje que se ofrece ante sus ojos, haciendo gala de su esmerada profesionalidad, con voces increíbles, con elegancia en sus acordes musicales y con la valentía de saber que Cuenca se hace amiga de Tenerife en eso de la canción, del folclore, del cancionero popular o de, simplemente, una amistad iniciada y conseguida a base de generosidad, buen hacer y sentimiento.
El parque de San Julián, el que antes llegó a llamarse parque Canalejas, emblema de conciertos, pregones, teatro y biblioteca, sigue siendo en punto de encuentro entre músicas y músicos, sorteando esas tempestades que la naturaleza establece y creando sinergias para que la amistad sincera –algo que escasea en estos tiempos– se fortalezca entre gentes de lugares lejanos. Tuve la suerte de enseñarles la ciudad, pero sobre todo, tuve la suerte de conocerlos y me sentí perfectamente afortunado por los valores que estos canarios –en este caso chicharreros– despliegan cuando los conoces o les escuchas. Gracias Grupo Torcas.