El puente de Todos los Santos suele traer encuentros y desencuentros. Tal vez, el recuerdo de nuestros antepasados en esos días de cementerio suele arrastrar dolor y tristeza por los seres queridos que marcharon, pero también los colores y olores de numerosas flores llenan los cementerios o Camposantos como bien se les llamaba en la Edad Media.
Por eso, visitarlos, saludar a quienes hace tiempo no has visto, hablar de la pandemia, de los hijos y de la situación de crisis en la que estamos inmersos suele ser común, y no por ello, desagradable, sino que más bien actualiza situaciones y te pone al día en esos encuentros de familiares y amigos.
Este año, he podido subir a Poveda de la Sierra, lugar en el que me suelo encontrar como en mi casa; y allí visitar al Parri y a Andrea, en su fogón, Restaurante de postín, y si cabe, alojarnos en su Hostal mientras mis amigos de la UNED, Salvador, Pedro y Ángel –con sus respectivas Pilar, Estrella y Paloma, me han permitido volver a reencontrarnos para avivar esa amistad conseguida. Allí, entre caballos pastando en los viejos prados, el sonido del agua de ese río que circula por mitad del lugar, el buen forro sacado de la brasa, un vino de la tierra y "cuatro patadas al balón mientras la pared del frontón servía de mampara silenciosa", sirvió para reencontrarnos y sentir la pasión de vivir. Unos días en la Alta Sierra es lo más gratificante que puedes encontrar.
Caminamos desde Poveda hacia Beteta, sin olvidar que la Cueva del Hierro sigue siendo testigo fiel de la historia. Bajo ese castillo de Rochafrida, restaurado, y entre los soportales de la plaza de la Vétera prerromana, el Hotel de los Tilos, con nueva gerencia nos acogía entre su amplio salón y sus ventanales hacia ese gran valle que embauca al visitante y alivia al comensal si aciertas a bajar hasta el Tobar y visitar a Agustín en su restaurante. La laguna, llena de juncos y algas, un placer sensorial.
Beteta, Masegosa arriba, El Tobar abajo, y a tiro de piedra Valsalobre y Valtablao, es una Tierra de ensueño cuando sus prados verdean, sus aguas reviven y sus gentes, te acogen. Luego, dejamos Carrascosa de la Sierra y pateamos esa Hoz y su Paseo Botánico. Todo un lujo, amigos.