Las malas artes de Scar ya quedan de manifiesto la primera vez que aparece en pantalla. La mediocridad, la envidia, el cinismo o su capacidad enfermiza –¿e innata?– de necesitar mentir son, por encima de cualquier otra cuestión, las cualidades que más le singularizan.
Su llegada al poder, al trono que antes ocupaba Mufasa, su hermano, la consigue con artimañas y embustes. Y es que sabe que solo así podrá reinar en un fantástico territorio en el que dominan la paz, la armonía, la belleza y el amor. Para asegurarse de que su llegada al poder se producirá, antes necesita eliminar al principal aliado con el que ha contado para hacerlo, Simba, su sobrino, aunque ignora este que ha sido utilizado por su maquiavélico tío para deshacerse de su padre. El psicópata Scar consigue así llegar al poder pero para mantenerse en él no le queda otra opción que aliarse con la peor de las razas, con las hienas. Estas, enemigas de todos, incluido el narcisista nuevo monarca, se unen a él solo por interés, contribuyendo con el malvado nuevo monarca a destruir todo aquello que antes fue un paraíso. Convertidas en su guardia personal, aunque no precisamente leal, hacen todo aquello que él les propone, pero dejando estas claro a todos, incluido el malévolo Scar, que todo lo que hacen es por exclusivo interés, porque tienen que comer a diario. A diferencia de Scar, las hienas siempre muestran sus dientes y maldad, no engañan a nadie.
La historia da radicalmente la vuelta cuando el joven Simba reaparece, no siendo ya aquel pequeño e ingenuo cachorro del que un día se aprovechó, su cruel y enfermo mental tío. Dispuesto a hacer justicia, aunque algún ser racional lo pueda calificar de venganza, lucha a muerte contra él, aunque finalmente este es despojado, precisamente, por las hienas, por aquellas con las que se alió para alcanzar el poder, que ahora lo despedazan antes de zampárselo.
Tras un fin de semana intenso con El rey león como compañero de aventuras, en el que he devorado tanto la película como el magnífico musical, la vuelta a la realidad de mi país, me hace interrogarme, no sin mucho margen de duda, sobre si la historia de Walt Disney está basada en hechos reales. ¡Qui lo sa!