El invierno está dando sus últimos coletazos y bien que los está dando, sin duda. Ha esperado a que el termómetro llegue a los diez bajo cero para dejar sentir su último aliento en estas laderas de la ciudad de Cuenca.
Aquí, bajo la sombra del Sagrado Corazón de Jesús, entre ese Cerro Socorro que le sustenta, y el Cerro de San Cristóbal que mira desde el frente como huidizo, hay una fuente que antaño tuviera renombre e historia: la Fuente del Canto.
Está entre una encrucijada de sendas y caminos que te envuelven sin dejar salida a un claro objetivo. Aquí todo es voluntad natural, porque andas a favor o a contracorriente, pero siempre encuentras la silueta de la Cuenca altiva, la histórica, la colgada, esa que la Hoz del Huécar ha diseñado como una obra de arte al estilo de Saura.
Por eso, esta fuente, que abasteciera a los ganados que por aquí pastaban, también hizo de punto referencial para saber donde quedaba la lana fina de la lana burda, la que iban tintando en la calle Tintes después de haber estado colgada en esos tiradores al aire fresco de un viento conquense de buena estampa.
Por eso es bonito este lugar, y no solo eso, es saludable y es generoso. Los recuerdos históricos lo envalentonan porque dicen que alrededor de esta fuente –manantial en tiempos-, crecía una flor de pastel que con ese color añil de fuerte tono era recogido por los tintoreros para hacer el producto ideal de tintado y que ya en tiempos de la Cuenca islámica en algún caso llamaban aza-ahor, nombre poco posible sabiendo de su verdadero significado.
De una u otra manera, la Fuente del Canto, lugar de paso de ganado, es ahora lugar de paso de senderistas ansiosos de caminar sobre los escarpes de una ciudad que tiene tanta naturaleza como patrimonio edificado y que siempre creyó que su pasado sería el revulsivo de un presente con futuro turístico, sin olvidar que la riqueza del espíritu es lo que hace crecer al conquense cuando revive su estampa caminando.
Luego, los Tiradores Altos arreciman su vida al lado de la Virgen de Fátima, y conviven con esa devoción que marcó un antes y un después en el caminar histórico del Cabildo de Santa Catalina del Monte Sinaí, ahora Cristo del Amparo, como advocación y vida.
Bordeando el monte, sobrepasas el antiguo Osario moro, la cueva de Orozco o Cueva del tío Serafín –ahora La Grotte- por su parte alta, la piedra del Cuchillo donde los canónigos vieran la suelta de toros y la trasera de la cantera donde el Auditorio canta y sin dejar de andar llegarás al camino de la cueva de la Zarza, o lo bajas al convento dominico o sigues hasta su final.