Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Mi cuchillo

19/02/2024

El verano en el que cumplí 20 años fui contratado, como expedicionario, para guiar por la sierra conquense al equipo de avituallamiento que suministraba víveres a jóvenes que, procedentes del campamento de Los Palancares, recorrían en marcha volante parajes y poblaciones en pleno contacto con la naturaleza. De los más de mil acampados, hijos –¡e hijas!– de policías nacionales, unos cien andaban en esas tareas rodeados de extremas medidas de seguridad, ahora por muchos olvidadas y por otros siempre ignoradas, pues su entorno era foco de atención preferente para quienes entonces no permitían la convivencia pacífica en nuestro país.

Un día, entrando en un pequeño pueblo al que los chicos llegarían pronto, al aparcar la furgoneta camuflada en la que nos desplazábamos, vimos a muchas personas correr por la calle. Sorprendidos, bajamos y oímos gritar: «lo ha matado, lo ha matado…». Mis acompañantes, uno veterano oficial y otro, algo mayor que yo, recién salido de la academia de Ávila, pronto reaccionaron. Vestidos con atuendo veraniego y pareciendo cualquier cosa menos agentes de la autoridad, se dirigieron hacia la casa donde un joven había disparado a su hermano. En segundos volvieron, metieron al –¿presunto?– asesino en la furgoneta y el oficial me pidió que, con el más joven, me quedase dentro custodiando al detenido. Durante casi una hora viví experiencias singulares y emocionantes para mi edad: dar conversación al asesino, quien acreditaba facultades mentales claramente mermadas, a fin de que el tiempo transcurriese lo mejor posible; lidiar con los lugareños que zarandearon la furgoneta –menos mal que cerramos las puertas a tiempo– mientras gritaban «asesino, asesino…»; echarnos repentinamente encima del chico cuando al recolocarse en su asiento pensamos que iba a salir corriendo… Hasta que apareció la guardia civil procedente de una localidad cercana. Su primera reacción, tras hacerse cargo del «fichaje», fue hacer valer una posible injerencia en sus competencias. Entonces, el oficial se dio la vuelta y nos largamos. Una semana después supimos que el joven asesino se había suicidado en la cárcel.

Al margen del recuerdo de lo vivido, con claro temor y profunda emoción, más de cuatro décadas después me queda el magnífico cuchillo de montaña que me regaló el comandante al mando del campamento y que hoy ha aparecido al volver a ver mis recuerdos vitales más preciados.