Dicen que fue Jonny Deep quien una vez dijo que lo peor de los débiles es que necesitan humillar a otros para ellos mismos sentirse grandes, aunque estoy seguro de que esa reflexión ya era vox populi en tiempos de Maricastaña. Y es que débiles, dicho en cualquier sentido y también como sinónimo de mediocres, acepción con la que creo que el citado referente del cine identifica su reflexión, ha habido desde que Adán y Eva habitan nuestras mentes. Los seres anodinos, fieles a sus principios, tienen como única meta vital ser el centro de la existencia, tanto propia como ajena. La vida no les ha dado ninguna razón especial para que, como a ellos les habría gustado, los demás los tengan como referente de algo… y que sea positivo, claro. Así pues, su objetivo suele ser, en contra de lo que dicta la sensatez, hacer ver a los demás, a esos que algún criterio sí tienen, a quienes saben quién merece la pena y quién pasará por sus vidas sin dejar el más mínimo rastro, que ellos, los insustanciales, existen y son relevantes más allá de para sus madres y algún que otro pariente ciego de amor.
Siempre me ha sorprendido lo que suele ocurrir cuando mulos, caballos, vacas o becerros se ven acosados por las moscas, esas que no sin falta de criterio llamamos cojoneras. La paciencia que ponen de relieve esos bicharracos es digna de recompensa. El santo Job, a su lado, es un aprendiz. Cuando llegan esos insectos voladores a tocarles las narices, metafórica y literalmente, y ellos no hacen sino disuadirles de su simplón objetivo, se comportan como unos buenazos, por no decir tontarros, que es lo que solemos pensar que son cuando encontramos a seres sobrecargados de paciencia. Y esa situación se acaba cuando, hartos de mover la cabeza y de utilizar la cola para espantar a los bichejos, en un giro inesperado su rabo da un latigazo en el aire antes de aplastar a los parásitos contra su lomo. Entonces, los demás mediocres consideran que estos animales de carga son acosadores y asesinos que han tenido una reacción desproporcionada y que deben ser castigados por su agresividad.
Cada vez admiro más a quienes, en los estados iniciales de esas situaciones, caminando hacia el horizonte con desidia, son capaces, a fin de evitar males mayores, de mandar al aprendiz de mosca cojonera a la puta mierda y seguir su camino. ¿El problema? Que la mosca coja el mensaje.