Celebrar el día de San Mateo, el 21 de septiembre, es siempre un acto solemne, con la majestuosidad que merece un templo catedralicio como el de nuestra Basílica de Santa María. Oficiar un Te Deum, devolver el Pendón de Alfonso VIII, escuchar las palabras brillantes del Capellán Mayor en su homilía, es siempre un lujo para que tiene la oportunidad de acercarse la mañana de ese mismo día.

Un desfile majestuoso, con el traslado del Pendón, desde el Ayuntamiento donde ha estado custodiado un día, acompañados de la Banda Municipal y sus acordes y todas las instituciones da la solemnidad merecida a una festividad que en Cuenca tiene la mayor brillantez que se puede esperar.

Por eso, como cronista oficial de esta ciudad, me sentí orgulloso al poder expresar entre los relieves de Ventura Rodríguez los estucos de Moratti y la maravillosa reja de Hernando de Arenas, mis palabras de Salutación para informar al auditorio religioso de tal celebración, su motivo histórico que la origina, la ejemplaridad manifiesta desde los tiempos del siglo XII y la realidad presente. Así fue y así me sentí, expresando en mis palabras, las razones que han dado forma y valor a esta festividad, tan popular como solemne, y dejando constancia de que en el respeto y los valores históricos, debe de estar la realidad de un presente y la viabilidad de un futuro.

Después, la solemnidad de esa Misa Mayor, regentada por los canónigos, el canto del Ángelus, la música de ese maravilloso órgano que rige el coro catedralicio y los acordes de la Banda en el camino de vuelta, cerrarían lo que para Cuenca siempre es ejemplo de tradición, volcándose en sus vivas a San Mateo, a la Virgen del Sagrario o de las Batallas, a Alfonso VIII y cómo no, a esta ciudad que nos hace sentirnos privilegiados de vivir en ella.

Vaya pues, mi felicitación a todos, Ayuntamiento, Instituciones, Cabildo, Peñas, Maromeros y fieles devotos que juntaron sus corazones para sentir el peso de San Mateo.