Como muchos domingos, decido ir a desayunar a una cafetería cercana a casa al tiempo que leeré algún capítulo del libro que llevo entre manos y que trata de la evolución de la vida. Al poco de sentarme, una pareja de octogenarios se acerca a mi mesa. Ella va la primera y a una velocidad que parece que escape de un fuego. Él, detrás, con andar pausado, lleva una bandeja en la que van sus desayunos. El establecimiento es de esos en los que el cliente ha de trasladar a su mesa sus consumiciones. Décimas de segundo después de que la señora haya pasado a mi lado y deje el bolso en la mesa contigua, la oigo regresar al tiempo que le dice a él «Trae, trae que la lleve yo» con un tono y forma de hablar que más bien parece que lo que pretenda es que sea yo el que me entere de quién es el torpe de la pareja y quien el macho alfa. Él, un tanto avergonzado, me mira de reojo y le contesta resignado: «no, mujer, no te preocupes que no se me cae». Está claro quién impone de los dos su decisión y quién llega a la mesa que comparten durante los siguientes minutos con las manos vacías.
A continuación, se sientan frente a mí una señora de unos cincuenta años y otra que debe andar también por los ochenta y tantos. En este caso es de lógica saber cuál de las dos porta la bandeja. Al sentarse, la joven, que podría ser hija de la anciana, contundentemente le explica a la otra que no le da más que un churro, pues luego no «le come». Veo que la más joven tiene un plato que alberga el resto de la media docena de ejemplares que ha pedido para las dos. La madre, con una voz que le sale cargada de amor, remata esta parte de su conversación con «Ay, hija, cómo eres; siempre igual». Entonces me queda clara la parentela; simplemente me queda saber si esta señora y el señor de la otra mesa, a la vista de sus reacciones, son también familia o simplemente se trata de que ambos comparten similares dosis de estoicismo.
Al terminar mi desayuno y el posterior ratito que dedico supuestamente a la lectura, decido que el domingo próximo no me traeré libro alguno y sí un cuaderno donde anotar lo observado a fin de no perder detalle… que luego la memoria juega malas pasadas.