La Catedral habla siempre, por sí sola. No es necesario contar su historia porque en su interior se vive intensamente al paso de cada rincón o de cada mirada. Me decía este domingo pasado el canadiense Kennet Brown, que este espacio es tan grande en espiritualidad que te sumerge en su misterio religioso a cada minuto de su paseo. Por eso, él que es judío, quedó atónito cuando contemplaba la maravilla del Arco de Jamete. Y es tan cierto como creíble, porque yo que he pateado miles de veces su interior, que he observado sus retablos, arquerías, capillas, rejas, altares, mármoles, cúpulas y todo cuanto esa riqueza ornamental me permite disfrutar, siempre hallo algo diferente, algo novedoso, algo original, algo majestuoso.
Y entre tanto arte se respira paz, esa misma que tan necesaria es en el mundo. Ahora, en estos momentos de tragedia donde el poder de las armas calla las voces de angustia de esos seres humanos indefensos, ahora, es cuando uno siente la necesidad de orar en esos rincones catedralicios, de pedir por esos inocentes que reciben un castigo que no merecen y es necesario que ante tanta muerte, ante tanta barbarie e injusto trato, revivamos el poder de nuestro ánimo –como única medida a nuestro alcance– y hagamos público lo que nunca debería de pasar en un mundo sin razones ni verdades.
Por eso, me senté en la Capilla del Espíritu Santo, maravilloso decorado de arte en sus cuadros de Rodi, en sus retablos barrocos, en sus sepulcros de alabastro donde reposan los restos de aquellos Hurtado de Mendoza, marqueses y virreyes, y cuyas andanzas las vivo intensamente cuando marcho a mi Cañete familiar, para sentir que la Historia nunca estará reñida con el Arte, pero que la Historia de antes necesita también sentir la triste Historia de ahora, la trágica por guerras sin sentido, por crueldades impuestas y por mecanismos de poder que ahondan en la realidad de un mundo cuyas fronteras deberían estar abiertas, o por lo menos, sin alambradas ni espinos que las flaqueen.
La Capilla del Espíritu Santo, la que cada domingo abre su Sagrario para consagrar el espíritu de Dios, sirvió para dejar sentir ese halo de tristeza por inocentes que ahora mismo están sufriendo el azote del miedo, de la injusticia, de la mentira y del drama.