Miguel Romero

Miguel Romero


El Convento de las Madres Justinianas, un verdadero lujo

10/07/2024

Cuando accede al Casco Antiguo de Cuenca, empieza a darse cuenta de las maravillas patrimoniales que allí se le ofrecen como muestra excepcional de historia y arte. La Plaza Mayor es el punto clave como intersección urbana y a su alrededor, calles, callejas, rincones, plazas y recovecos conforman un jeroglífico casual de lo que una ciudad histórica puede ofrecer al visitante. Sin duda, la Catedral es el punto clave al que la mirada se dirige por su majestuosidad en esa fachada neogótica que impregna espiritualidad y belleza. También la fachada del Ayuntamiento concita la atención, por sus tres cuerpos constructivos, el balconaje corrido y los tres arcos que permiten el acceso como puerta de entrada al punto neurálgico de esta Cuenca patrimonial.

Sin querer hacer ningún estudio al respecto y simplemente describir textualmente lo que el portal de la Junta de Comunidades de C-LM nos dice que «este convento de San Pedro de las Justinianas data de mediados del siglo XVIII, cuando el canónigo Lujando decidiese llamar a Alejandro González Velázquez y a Blas de Rentería para que hicieran las trazas, siendo ejecutadas las obras por el arquitecto José Martín de Aldehuela, con la ayuda del maestro de cantería Francisco Biñuales». Aunque según la documentación existente, el convento fuese fundado en 1509 por el canónigo de la ciudad Alfonso Ruiz, será en este periodo de desarrollo del estilo barroco cuando alcance su verdadera dimensión y proyección urbana.

La iglesia del convento es una muestra más del arte que el siglo XVIII dejase en Cuenca. Cierto es que a mediados del XIX se acometerán reformas, tanto en la fachada principal con ese óculo ovalado adornado con una guirnalda en la que figura la insignia del papa –la mitra y las llaves– emblemas de la Orden de San Lorenzo Justiniano, como en gran parte de su interior. Esta orden de Justinianas Canónicas Regulares fundada por el primer patriarca de Venecia, son llamadas Petras, en el lenguaje coloquial religioso conquense, y actualmente es ocupado por una sola monja, Sor Eulalia, nacida en La Almarcha, como única representante de un colectivo dedicado a la oración, la penitencia, la contemplación y la clausura, mediante los votos de castidad, obediencia y pobreza. Sor Eulalia, se dedica a la costura, además de sus obligaciones religiosas y es feliz dentro de lo que ahora es uno de los edificios más emblemáticos, cuya función de origen puede estar tocando a su final.