Hace unos días, una persona –especial, y ahora verán por qué– me comentó que tenía que comprar un regalo de cumpleaños para una amiga. También me dijo que alguna otra amiga de su grupo le había comprado algo a la cumpleañera pero que lo había hecho por internet. A través de un gigante chino de comercio electrónico, y para más señas de la industria textil. Mi amiga me dijo que ella se negaba a comprar el regalo de esa manera. De forma literal, la frase fue la siguiente: «Quiero que el dinero se quede en Cuenca». Y así fue, en una céntrica perfumería del Xúcar le pidió a la dependienta que le diseñara una pequeña cesta con una serie de cremas que, al final, le encantaron a la receptora. Ese dinero, que podría haber viajado a no se sabe muy bien dónde ni en calidad de qué, revirtió en un negocio made in Cuenca. Un gesto loable y del que muchos deberían aprender, empezando por un amigo, que ahora me viene a la cabeza, que llegó a pedir una agenda de 7,9 euros de coste a través de otro gigante del comercio electrónico, pero en este caso estadounidense. Como si no hubiera librerías y papelerías en la ciudad para comprar una agenda... Por no hablar del coste medioambiental que generó traer ese minúsculo producto desde Alemania, que es de donde venía, según me comentó este amigo.
En definitiva, son dos formas de ser y estar en el mundo. Dos formas diametralmente distintas de afrontar la vida, que van mucho más allá del dinero que cuesta el pack de cremas o la agenda en cuestión. De tener o no conciencia por tus semejantes, por el desarrollo económico y demográfico de tu ciudad y por el cuidado del medio ambiente. Entre otras muchas cosas. Si todos aquellos que compran desaforadamente por internet –como si se lo regalaran y cualquier tipo de cosa–, tuvieran conciencia de que eso mismo lo tienen a tiro de piedra en los comercios y tiendas de la ciudad, con conquenses que viven de ello, otro gallo nos cantaría. No pretendo sembrar y que germine una semilla autárquica en una economía salvajemente globalizada, pero sí un cambio de mentalidad que nos ayude a pensar más en los demás. Y más –perdón por el trabalenguas– cuando son conquenses que todos los días levantan la persiana de su comercio de toda la vida con el único objetivo de llegar a fin de mes en una tarea casi imposible y en la que tienen que librar una guerra desigual contra gigantes que les doblan en número y armamento. Es una cuestión de conciencia...