Ciertamente conducir por Cuenca se está convirtiendo cada día en un deporte de riesgo. Entre la inveterada costumbre conquense de aparcar el coche en la misma puerta de nuestro destino (en algunos casos incluso dentro), de crear dos o tres filas de vehículos aparcados en las puertas de los colegios para que nuestros hijos anden lo menos posible (y ya si llueve las escuelas se convierten en un sálvese quien pueda como si nuestros hijos fueran efervescentes disolviéndose al entrar en contacto con el agua) y el necesario mundo obra que lo mismo te cierra un carril como te lo abre, uno acaba de los nervios cada vez que tiene que usar su coche para cualquier menester. Sí, me diréis que es preferible el uso del transporte colectivo o alternativo pero, por lo que sea, hoy por hoy esa opción también te asegura una cierta subida de tensión.
De todos los recursos viales de la ciudad el que más desesperación me produce es la rotonda. Y de esas tenemos un buen puñado. Creadas con el ánimo de mejorar la fluidez del tráfico, el uso de las rotondas implica el conocimiento del código de circulación y la aplicación del sentido común. Al amparo de estos 'donuts viales' aparece todo un universo de conductores englobados en el género denominado Rotonders (sí, he caído en el vicio del anglicismo) que, en función de cómo trazan la rotonda y cómo ejecutan el acceso y salida de la misma, se dividen en diferentes subgéneros. De hecho, sería interesante que en nuestros trabajos nos impartieran un curso para refrescar y actualizar nuestra manera de enfrentarnos a la compleja red rotondil que anilla el exterior de la ciudad y avanza inexorablemente hacia el interior de la misma.
En primer lugar, cómo no, tenemos el Rotonder Perfectus fácilmente reconocible por la ocupación del carril exterior y la sosegada conducción mientras que gira el cuello de un lado a otro para escudriñar el comportamiento de los restantes Rotonders.
No muy lejos de este tipo encontramos el Rotonder Ahorcajadus, su coche traza perfectamente la rotonda con la línea divisoria de los carriles entre las ruedas sin entender por qué los demás Rotonders les pitan para poder usar el espacio que les corresponde.
El Rotonder Zigzagueantus es el que se perdió la clase de Primaria en la que nos enseñaban a diferenciar entre rectas y círculos. No trazan, atraviesan la rotonda a su antojo sin percatarse de la existencia de, al menos, dos carriles. Son fácilmente reconocibles: gafas oscuras, cristales tintados, música para todo el vecindario…
Ojalá nunca nos encontremos con el Rotonder Dangerous. Accede a la rotonda por la vía de servicio metiendo el morro del coche tratando de intimidar a los usuarios rotondiles con el sorprendente fin de que les cedan el paso. Los hay más lentos y más rápidos que no meten el morro, te echan el coche encima como en la chicane de un circuito.
La próxima vez que estés a punto de entrar en una rotonda, pregúntate ¿qué tipo de Rotonder soy?