Abro por última vez este año la miscelánea de ideas que ha permitido establecer un vínculo entre usted, querido lector, y este aprendiz de juntaletras que ha aprendido a mirar con ojos diferentes y a desear con un ánimo encendido que las cosas vayan en la única dirección posible, esa que nos obliga a todos a dar lo mejor de nosotros para el bien común de la res pública. Han sido casi cinco decenas de opiniones en las que he intentado compartir con ustedes todas aquellas cosas que nos preocupan y, en mayor o menor medida, nos sorprenden. Y, ¿qué quieren que les diga? Me retiro a mis cuarteles navideños con una sensación amarga. Como aquel estudiante que se prepara a conciencia un examen y el resultado obtenido no es malo… pero tampoco el que esperaba.
A lo largo de este agonizante ya 2023 hemos repasado casi todo aquello que ha acontecido en la capital. Quizá en la opinión semanal que he compartido con ustedes he incidido en demasía en todo aquello que, a mi parecer, está mal. En una ocasión mantuve una reunión con cierto prelado de la diócesis que me dio un sabio consejo por el que debíamos centrarnos en aquello que debíamos mejorar (sin desdeñar una palmadita en la espalda por las cosas bien hechas). Ese ha sido el criterio para asomarme a esta ventana semanal. Quizá podemos dividir las necesidades capitalinas en varios apartados. En primer lugar, resaltaría las cuestiones comunes que a todos nos afectan. Sin lugar a dudas, la ciudad podría transmitir una mayor sensación de limpieza. Sea por los graffitis (batalla que me temo perdida ante la mala educación de unos y la gestión errónea de otros), sea por la pertinaz costumbre que todos tenemos de bajar la basura a cualquier hora o por lo que sea, lo cierto es que podíamos para 2024 intentar cambiar la imagen de cualquier ciudad de alguna extinta república yugoeslava setentera por la de la vetusta capital del principado asturiano.
En segundo lugar, creo que está la política de las pequeñas cosas. En muchas ocasiones la ciudad es como esa obra que comienzas en casa y que, una vez concluida, queda a la espera de esos pequeños remates que tardan años en llegar. Si alguien pudiera supervisar los detalles de la ciudad, haría mucho tiempo que el ganchero tendría su vara, que la imagen de Fray Luis de León tendría su nombre bien puesto o que las vallas para señalizar una baldosa rota no estarían en la calle más de lo necesario.
Y, finalmente, nos quedaría la ilusión de las grandes cosas. En ellas podríamos incluir todos los grandes anuncios que, en forma de obra o empresas, se nos han hecho y que, por cualquier razón, tardan en cristalizar más de lo necesario. De eso, nuestra defenestrada estación de ferrocarril sabe mucho.
Aún así queda la esperanza, siempre la esperanza. Puesta en que los grandes proyectos cristalicen en este año que comenzamos en unos días, pero sobre todo puesta en que pensemos que esto de vivir va de ser felices, trabajando juntos para conseguirlo. Feliz Navidad a todos.