En la hoja de ruta de la alineación institucional hay marcados en rojo y subrayados con fluorescente amarillo una serie de proyectos ineludibles. Promesas que vienen de lejos y que de una manera u otra deben cristalizar a lo largo de la legislatura de la que, por cierto, ya ha transcurrido un 12,5 por ciento. A bote pronto, y hablando de obras faraónicas, me vienen a la cabeza los remontes, que justo empiezan (por fin), y el nuevo hospital, que en nada acaba (también por fin). Mención aparte merece el concepto de la industrialización de la ciudad, que tanto se puso encima de la mesa durante la campaña. Llegan empresas, y está bien, pero seguimos esperando las 'gordas' como agua de mayo.
Bien, pues con todo y con eso, hay una tarea pendiente que no debería pasar por alto antes de que en mayo de 2027 los conquenses vuelvan a ejercer su derecho al voto para elegir a sus munícipes. Tan importante como lo expuesto anteriormente es 'hacer ciudad' y hacerlo a pie de calle. Cuidar los barrios baldosín a baldosín, pintada a pintada, área infantil a área infantil. Básicamente, lo que ha brillado por su ausencia durante los últimos años. Todavía está por ver el alcalde que le dé un giro radical a Cuenca en este capítulo. Tanto es así que algunos barrios están 'reventados' por la inacción de la Administración municipal. Insisto: no es un problema que venga de una legislatura ni tampoco de dos.
Cada conquense, dependiendo de dónde viva, pondrá como ejemplo de esta infame dejadez el suyo, pero lo cierto es que el barrio que más evidencia el abandono de años y años es el centro. Quizá por ser, en cierta media, el 'barrio de todos', es el que mejor presencia debería tener, como la joya de la corona de la ciudad, a excepción del Casco Antiguo, por supuesto. En Cuenca, que eso de que somos únicos nos lo tomamos excesivamente en serio, debemos ser la capital de provincia con la peor zona centro de toda España. Es más, me jugaría una comida a que también lo somos de todo el continente, e incluyo ahí a buena parte de los estados postsoviéticos o de la antigua Yugoslavia. Pasear por el centro saca los colores. A propios y a extraños. Muchas veces me hago una pregunta: ¿Qué pensarán los turistas que vean lo que tenemos aquí abajo al compararlo con la parte alta? Siempre me ha llamado la atención esa dicotomía. El cielo y el infierno. El bien y el mal. El cómo podemos ser una ciudad maravillosa e increíblemente única y, al mismo tiempo, una ciudad triste y lamentablemente única. La paradoja de la excepcionalidad.