Antes de juzgar cualquier decisión a nivel político –me da exactamente igual de si es de los de ahora, de los que estuvieron o de los que estarán–, debemos mirarnos el ombligo. Como conquenses que pagan religiosamente sus impuestos, podemos (y debemos) exigir, cierto. Pero también debemos ser conscientes de lo que somos para vislumbrar, al menos con cierto tino, qué queremos ser. O, mejor formulado incluso: Debemos ser conscientes de cómo somos para saber cómo queremos ser. Durante décadas y décadas, el gen conquense nos ha llevado a protestar por prácticamente todo. Sabemos que las decisiones más trascendentales que unos y otros han tomado durante mucho tiempo –salvo contadas excepciones que confirman la regla– no han terminado de sonreírle a esta tierra, arrinconada y sin apenas oportunidades de desarrollo.
Ahora bien, habría que preguntarse qué parte de responsabilidad tiene en ello ese gen conquense que, sabiendo que el trato que recibe es injusto, opta por callarse, agachar la cabeza y resignarse. Prefiere el 'ea' y refunfuñar en la intimidad. En el mejor de los casos, esa iniciativa contestataria no pasa de la puesta en común con otros semejantes de un argumentario que suele empezar con frases del tipo «aquí nunca se hace nada» o «siempre perdemos», y termina de forma lapidaria con un «pero ea, qué le vamos a hacer».
Ese gen conquense se caracteriza, entre otras muchas cosas, por desarrollar un pánico injustificado a cualquier asunto disruptivo. El que sea. Con independencia de que pueda generarle el bien. Lo que viene siendo no querer salir de la zona de confort... Llega un punto en el que hasta resulta casi cómico: Si no se hacen obras para arreglar los desaguisados que presenta la ciudad y que tanto nos fastidian, malo; y si se hacen y me incomodan por el ruido y las molestias de tráfico que generan, también malo. No hay un Dios que lo entienda... Ese gen conquense también tiene entre sus principios naturales la falta de decisión o proactividad. Hay ocasiones en las que se demanda un paso al frente ante multitud de necesidades –sin ir más lejos, el relevo en infinidad de asociaciones, colectivos o agrupaciones–, pero ese paso no termina de producirse.
En nuestras manos está, no solo juzgarlo y cuestionarlo absolutamente todo, que está bien, sino mover pieza para que esos cambios se produzcan. Ser motor de combustión. Si no, si internamente no hacemos ese ejercicio, no hay político –del color que sea–, que arregle todo lo que debemos arreglar.