Hay una frase atribuida a Cervantes en la que se afirma aquello de que quien lee mucho y viaja mucho, ve mucho y sabe mucho. Fiel a la costumbre tan española de exportar el genio patrio a otras regiones europeas, me vi envuelto la pasada semana en tan noble arte por las carreteras que vertebran esta realidad continental que llevamos construyendo (o intentándolo al menos) como una unidad respetuosa con las singularidades desde hace un buen puñado de años. ¿Recuerdan ustedes a Antonio Ozores, allá por los años ochenta, cerrando cada una de sus intervenciones en el mítico Un, Dos, Tres con aquella frase tan manida que decía «Y por fin somos europeos»? Hubo un tiempo en el que ansiábamos formar parte del colectivo europeo.
El caso es que siempre ha habido regiones españolas que han justificado cierta superioridad sobre las demás basándose en una vocación europea que los demás, al menos eso creían, no tenían. Quizá estábamos nutriéndoles de mano de obra segura y responsable para que ellos jugaran a eso de creerse mejores y más europeos. Sería por la proximidad geográfica, sería por la necesidad que ha tenido la gente de esta tierra de abandonarla para poder subsistir o por la razón que sea, parece que esa idea de europeidad a nosotros nos quedaba lejos.
Un viaje por carretera al centro físico de Europa da para mucho. De hecho, te permite contemplar los elementos incorporados al paisaje y, sin darte cuenta, empiezas a pensar si podrían usarse en nuestra realidad ciudadana. Durante todo el regreso me acompañó una cartelería abundante en la que se promocionaba todo tipo de productos, se recordaban personas, o se anunciaban emplazamientos históricos cercanos (unos mucho, otros no tanto). Pensé, bueno, está bien, quizá no estaría de más que en las carreteras provinciales contásemos todo lo bueno que tenemos. La situación cambia al entrar en Cataluña. Ahí ya no me encontré toda esa variedad de abadías, mieles, nueces o músicos. Esta fue sustituida por dos anuncios exclusivamente. En inglés y en francés se avisaba del riesgo de caer en el engaño del pinchazo o del accidente ficticio como excusa para que nos sustrajeran nuestras pertenencias y, sobre todo, se aconsejaba no creer a los extranjeros porque hay robos en la carretera. Tal cual. ¡Vaya cambio!
¿De qué manera una comunidad que se ha erigido durante años en estandarte del progreso, de la voluntad europea, ha llegado a tener que avisar de una inseguridad manifiesta en sus carreteras? Y, por otro lado, ¿quiénes se consideran extranjeros? ¿No ha habido nadie que denuncie ese texto vejatorio? Reconozco que atravesé aquellas tierras con un ojo en la carretera y otro atento a los posibles elementos que pudieran avisarme de una horda de extranjeros prestos a robarme o de la situación creada por un accidente ficticio. Todo esto concluyó con la tranquilidad que te da adentrarte en las tierras que consideras como tuyas. No hacen falta avisos, ni nada de eso... ¿A ver si los europeos somos nosotros?