Leo Cortijo

Leo Cortijo


Ejército de imbéciles al cubo

19/02/2024

La imagen de la ciudad, la de la zona baja o moderna, siempre ha estado en el ojo del huracán. En todos los sentidos. Mucho se ha hablado, como no puede ser de otra manera, de la salvaje dicotomía que se produce entre el Casco Antiguo, cuidado y limpio, y buena parte del resto de la Cuenca de nuestros amores, abandonada y dejada. Punta de lanza de esa pírrica situación la encarna la zona centro, en la que cuando no aparecen agujeros en el subsuelo, parecen crecer las vallas a diestro y siniestro encapsulando edificios en estado de ruina, baldosines sueltos o mobiliario urbano defectuoso. En capítulos anteriores, este periódico informaba de las intenciones –en su propia voz– del alcalde Darío Dolz y su escudero en esta aventura, Isidoro Gómez Cavero, por revertir la situación. Ahí está en el horizonte el embellecimiento de Carretería o la promesa –La Tribuna es testigo de excepción– de que las vallas que rodean el Mercado serán historia mucho antes de terminar esta legislatura. Que así sea.  

Pero no hay que parar aquí. Hay que ir mucho más allá en otro apartado que contribuye en gran medida a que la ciudad se cubra con una asquerosa pátina de suciedad. Y es que esta compleja empresa de mantener como se debe la imagen de Cuenca no solo tiene que hacer frente a edificios que se caen o baldosines que se levantan. También tiene que plantar cara a un ejército de imbéciles –me gustaría ser incluso más expeditivo en el apelativo– que se dedican a destrozar o pinturrajear todo lo que se les cruza en su camino. Contra este ejército de imbéciles –sí, lo vuelvo a repetir– poco nada se puede hacer. No son muchos pero son ruidosos, actúan con nocturnidad y alevosía, se creen impunes y, como profundos ignorantes que son, son muy atrevidos.

Ahí es donde debe entrar la Administración. No basta con limpiar lo que ensucian y reponer lo que destrozan. Aunque debería bastar... Hacer solo eso es inútil, porque a veces no pasa ni una hora entre que se borra un grafiti y se vuelve a pintar otro exactamente en el mismo lugar. Hay que educar, concienciar y hacer ver a ese ejército de imbéciles –ya van tres– que costear lo que ellos ensucian o rompen, también lo financian sus padres con sus impuestos. Esos que religiosamente pagan levantándose a las siete de la mañana para trabajar como mulos y llegar, seguro que en algunos casos con dificultades, a fin de mes. El Ayuntamiento haría muy bien en iniciar una campaña de sensibilización en este capítulo. A ver si así algunos dejan de ser tan imbéciles.