Este próximo fin de semana se celebra en el recinto ferial de La Hípica la tercera edición de Cuenca Juega. Los que me conocen sabe que mato por un buen punto de victoria, que los ojos se me enturbian intentando ver qué campo puedo hacer mío en una de esas partidas de Carcassone o lo larga que se me hacen las partidas de Dominion sin dinero. Desde luego para los que, como yo, se consideran jugones por naturaleza, la celebración de estas jornadas, organizadas por la Asociación Dados Colgados, nos da un pretexto más que suficiente para disfrutar de estos juegos que superan el concepto que liga el juego a la infancia y, para qué vamos a ocultarnos, gastarnos unos buenos dineritos en tal o cual juego sin el que nuestra vida tendría un sentido distinto.
Llevamos un buen puñado de años asistiendo al boom de los juegos de mesa enfocados para todo tipo de público (incluso los hay para poder jugar tú solo). Hoy no es raro encontrar en la misma mesa jugadores de toda edad y experiencia, desde los más jóvenes o los que llegan por primera vez hasta aquellos que se les hacen los dedos huéspedes para sacar a mesa un juego en cuanto tienen cinco minutos. La verdad es que la vida es eso que pasa entre partida y partida. Solo veo bondades en los juegos de mesa. Unas instrucciones claras –normalmente poco dadas a la interpretación– y un fin último definido, sumar más puntos de victoria que los demás jugadores para alzarse con el triunfo que vendrá acompañado, casi con toda seguridad, de risas, análisis más o menos sesudos de las jugadas realizadas y lamentos por las ocasiones perdidas o la mala fortuna con los dados.
Estas condiciones de un buen juego son, sin lugar a dudas, extrapolables a la extraña situación política que estamos sufriendo desde hace unas semanas. En primer lugar, haciendo bueno aquello de consejos vendo que para mí no tengo, parece que nuestra clase política (incluyamos a todos los jugadores) interpreta y fuerza las normas comunes para conseguir un bien que, intentan convencernos, es para todos. En segundo lugar, la correcta aplicación de estas reglas debería hacer que la partida política transcurriera por los cauces lógicos, no intentando sortear lo que el experto en el juego (en todas las partidas hay uno) afirma como correcto. Y, en tercer lugar, a pesar del carácter lúdico del juego, la firmeza en la aplicación de la legislación vigente asegura que todos los jugadores tengan las mismas condiciones.
Todos los políticos que usan nuestro país como un infinito tablero de juego deberían conocer y respetar las reglas para disputar la partida en igualdad de condiciones. Hoy, por mucho que intenten convencerme de lo contrario, no juega igual el que tiene asumida la gestión del servicio de rodalies que el que aún no tiene alta velocidad en su comunidad. Y, sobre todo, discúlpenme, pero no es lo mismo una partida entre amigos que una en la que solo se puede hacer lo que uno o siete deciden.