El tiempo cuaresmal siempre es especialmente interesante en nuestra capital. Más de una vez he defendido la realidad de las hermandades como elemento dinamizador de la vida cultural de esta ciudad. Algo más de 200 actos generan las corporaciones nazarenas a lo largo de las 52 semanas de un año. Hagan la cuenta. Es cierto que, como en botica, hay de todo. Pero no puedo dejar pasar la oportunidad de referirme al increíble concierto que tuvimos la suerte de disfrutar el pasado sábado en el Teatro Auditorio conquense. La Venerable Hermandad del Prendimiento de Jesús, con motivo de su CXX aniversario fundacional, organizó un concurso nacional de composición de marchas de Semana Santa que sirviera para revitalizar este mundo tan demandado de la denominada música cofrade.
El trabajo bien hecho de la hermandad presidencial del Silencio conquense cristalizaba en 35 trabajos provenientes de toda España de los que fueron seleccionados cinco para elegir al ganador del concurso. Un jurado de primerísimo nivel aseguraba que el fallo del mismo llegaría tras un escrupuloso y minucioso trabajo de estudio y audición de las obras seleccionadas. Creánme si les digo que no me hubiese gustado estar en su pellejo ante la dificultad de la decisión. Y para un concurso de tanto nivel hacía falta poner encima del escenario una banda que asegurase una ejecución sublime del programa elegido.
Hasta Cuenca se desplazó la Banda de Música Nuestra Señora de la Victorias, Las Cigarreras, de Sevilla. De ahí el magnífico nombre del concierto De la Traición a la Victoria, en una suerte de unión entre hermandad y banda. La primera parte del concierto, compuesta por las marchas seleccionadas, estuvo presidido por la incertidumbre de quién sería el ganador. La segunda parte dio paso a una arrolladora presencia musical de la banda que vino a ganarse un sitio en el corazón del nazareno conquense. El timbre de la formación, perfectamente reconocible en todas sus actuaciones, llenaba la completa sala del Auditorio conquense. A la afinación exquisita se le unía esa labor casi más propia de la música de cámara en la que todos y cada uno de los diferentes temas de las marchas, aparecían en un primer plano sonoro cuando correspondía. Especialmente destacable la aportación de las cornetas que, sin haber dado una sola nota en el concierto, aparecieron en Mi Amargura de Víctor Ferrer completamente integradas en el volumen, afinación y sonido de la banda. Impecable.
La ausencia del director en la ejecución de Siempre la Esperanza (en la que nos regalaron un ratito increíble de tambores y cornetas) habla a las claras del nivel musical y nazareno que, en cada acorde, hacía una muesca más en el corazón de los presentes que se rindieron a la banda al interpretar una selección de diversos pasajes de marchas procesionales mientras que Mario nos contaba a qué suena Sevilla. Ojalá la hermandad del Prendimiento persevere en su trabajo, le apoyen las instituciones como en esta ocasión y, más pronto que tarde, nos regale una nueva tarde en la que romero y azahar caminen de la mano.