No voy a descubrir nada nuevo, de eso estoy convencido. Reflexiono en este artículo sobre algo que los conquenses conocemos de sobra y en torno a ello hemos debatido en innumerables ocasiones. Hay algunos que no lo quieren ver y que niegan la evidencia, pero ahí está. Otros, sabiendo que ahí está, creen que es más culpa del vecino de arriba que de ellos mismos. Y todos –o prácticamente todos, mejor dicho–, de una manera o de otra, lo asumen con cierta resignación pero no hacen nada por cambiarlo. Ese algo etéreo, intangible y nebuloso es una forma de pensar muy extendida y más habitual de lo que creemos y, sobre todo, de lo que deberíamos permitirnos. Esa naturaleza tan propia de nosotros de dudar, recelar, no ver con buenos ojos o, directamente, tirar por tierra, a las primeras de cambio, algo positivo que le suceda a cualquiera de nuestros conciudadanos. Sé que generalizar no es bueno y que en este saco no están todos los conquenses metidos, ni mucho menos, pero esta forma de afrontar la vida en esta nuestra ciudad es más habitual de lo que debería.
Aquí, cualquier posibilidad de cambio que nos permita mejorar como sociedad no es, de entrada, bien recibida. Aquí, abandonar la zona de confort por si lo que hay más allá de la caverna mejora nuestro día a día es como pretender escalar los 14 ochomiles del planeta. Aquí somos autolimitantes. Aquí, asumimos un determinado estilo de vida, aunque éste no sea el idóneo ni se le parezca, para evitar riesgos, miedos o ansiedades. Aquí, sencillamente, nos cuesta horrores apostar por si acaso, con un golpe de suerte, ganamos. Aquí, durante décadas y décadas, hemos institucionalizado el «ea» en lugar del «vamos». Aquí, la herropea en el tobillo nos la hemos puesto nosotros mismos y/o entre nosotros. Y eso, honestamente, me toca, como mínimo, la moral.
Me alegra pensar (o quiero pensar) que esa mentalidad es más propia ya del pasado que del presente y que, de seguir así, además, será algo totalmente desterrado en un futuro no muy lejano. Algo ha cambiado, sobre todo en las nuevas generaciones. En esos conquenses que vienen empujando con fuerza para sacar proyectos adelante y a los que les gustaría no arrastrar ningún tipo de rémora o encontrar apoyo en todas las puertas a las que llamen. Pero, sobre todo, que en su camino no se cruce otro conquense que le diga mientras tuerce el morro «ea, pues yo eso no lo veo», y destroce ilusiones, sueños y la que, probablemente, es una buena idea.