El pasodoble más reproducido y cantado de la historia de la música lleva la firma de Manolo Escobar. Nadie en esta piel de toro duda ni un ápice del estribillo en clave de vivas que va a cantar más adelante cuando al empezar la composición arranca un «Entre flores, fandanguillos y alegrías». Porque sí, como sucede con la propia España, la belleza de Cuenca solo puede ser obra de un divino orfebre y es imposible que puedan haber dos. Que no se molesten los conquenses de Ecuador, en este caso vamos mucho más allá de la simple onomástica. La ciudad de las Casas Colgadas, que es única en el sentido más literal del concepto, abrochó la semana pasada por flores, fandanguillos y alegrías. Vamos por partes, que la reflexión bien merece una pequeña explicación.
Las flores se las echan, mutuamente, el alcalde y el concejal saliente. Darío y Mario se deshacen en elogios el uno hacia el otro, aunque el final sea triste. Ya lo dijo Guerrita, «lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible». Mario se lo ha dejado todo en el ruedo por sacar adelante la Concejalía que le tocó en suerte. El Ayuntamiento, cual Miura que va al pecho, es una trituradora. De personas e ilusiones. Los toros se ven muy fáciles desde la barrera, pero el escarnio público sería mucho menor si se conociera con profundidad cómo se trabaja en esa santa casa. Como para no poner a prueba cualquier buena intención...
Los fandanguillos, excesivamente aflamencados ellos, por cierto, los bailó Isidoro Gómez Cavero en una reunión con la cúpula del PP regional que muchos no terminaron de entender. Sobre todo sus socios de Gobierno municipal, a los que sentó regular, como mínimo, la imagen del líder de la formación independiente y Paco Núñez compartiendo mesa o paseíllo patrimonial por el Casco. La sucinta convocatoria a los medios de comunicación unas horas antes, casi con nocturnidad, insinuaba algo más de lo que realmente acabó siendo la faena. Como reza el aforismo taurino: tarde de expectación, tarde de decepción. Y gorda.
Las alegrías las trajo, por fin, el encendido navideño. Se ha hecho de rogar más que nunca y más que en ninguna otra ciudad de España, muy probablemente. Ahora las calles chispean como el traje de luces del torero bañado por el sol en la radiante tarde de la Beneficencia venteña. Más vale tarde que nunca, y lo importante es torear los asuntos realmente importantes, pero cuidado, en el paseíllo también se ganan y se pierden las orejas...