Es sorprendente cuántas veces sabemos exactamente lo que tenemos que hacer para mejorar nuestra salud, pero simplemente no lo hacemos. Dejar de fumar, hacer ejercicio, evitar los dulces, pasar menos tiempo con el móvil… Estos pequeños cambios podrían prevenir la hipertensión, el aumento de peso, la diabetes e incluso reducir el riesgo de cáncer. Sin embargo, seguimos buscando esa «pastilla mágica» o postergamos una y otra vez las acciones necesarias para nuestro bienestar. La pregunta que surge es: ¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?

La respuesta no es tan simple, pero la neurociencia nos ofrece algunas claves importantes. A nuestro cerebro, a pesar de su increíble capacidad de adaptación, le gustan las rutinas. Están profundamente arraigadas en nuestras redes neuronales, y cuando intentamos salir de ellas estamos luchando contra estructuras cerebrales que han sido fortalecidas con el tiempo. Cuando pensamos en hacer un cambio en nuestra vida, como empezar el gimnasio o cambiar nuestra dieta, el cerebro lo percibe como una amenaza. Por eso tiende a resistirse y preferimos mantenernos en nuestra zona de confort.

Afortunadamente, nuestro cerebro también tiene una capacidad impresionante para cambiar a través de la neuroplasticidad, y la clave está en pequeños cambios sostenidos en el tiempo. Ahora que volvemos a nuestra rutina en septiembre, éste es un excelente momento para iniciar ese cambio que tanto hemos pospuesto.