Los fastos julianos son una magnífica ocasión para calibrar la gestión de los munícipes electos por obra y gracia del noble arte del voto democrático, encontrado razones y argumentos sólidos y de peso para manifestarnos alineándonos a favor o en contra de lo gestionado y, sobre todo, de la manera en que se realiza. Faltaría más que el pueblo no pudiese manifestar su descontento o su contento. Eso, sin lugar a dudas, es más propio de otra época de la que no faltan nostálgicos y recién llegados, no se crean. Otra cosa es que al munícipe de turno le guste o no que sus vecinos, que le han puesto para que gobierne en su nombre, le critiquen con matices más o menos constructivos.
Debe asumir que el análisis de la gestión es inherente al cargo que ocupa pudiendo ser de los que escuecen o de los de la palmadita en el hombro. Y en esto de la gestión pública ocurre más lo primero que lo segundo. Deberá entonces el munícipe decidir si se queda mirando el dedo de la valoración o, por el contrario, entorna sus ojos de representante público para ver la luna del acto criticado. Sinceramente creo que el único camino para poder mejorar una gestión es ver que las cosas siempre se pueden hacer mejor aislándose del ruido del ferial que todo enturbia y nada aclara. Al amparo de las diferentes actividades programadas y con la pila del melotengoquepasarbienqueelveranoseacaba completamente cargada deberíamos ir tomando nota de aquellas cosas que, por muy normales que nos parezcan, debemos intentar erradicar de nuestras fiestas agosteñas.
Desistí hace meses de seguir criticando la ubicación de los conciertos de música, no tanto por el césped fuensantero (que también) como por la cercanía al Hospital Virgen de la Luz. Empezamos a ver normal que los vecinos próximos al recinto ferial tengan que soportar el volumen de la música que cada noche de corrida surge del coso taurino, hasta horas insospechadas mientras que una semana antes no puedes usar una terraza en Carretería más allá de las doce de la noche. Pero lo peor es la ausencia del Plan B. La presencia de la lluvia hizo trasladar el pregón del parque de San Julián al Teatro Auditorio José Luis Perales. Lo curioso es que el concierto previsto para el día siguiente con la participación del grupo tinerfeño que había volado más de 2.000 kilómetros para compartir su arte con nuestros vecinos no pudo realizarse en el espacio previsto ni en ningún otro.
Desconozco las razones por las cuales el Teatro Auditorio pasa cerrado buena parte del mes de agosto. Deberían nuestros munícipes dar con la tecla correspondiente para abrirlo puesto que no es muy lógico aislar el Teatro Auditorio de tan festiva celebración, proponiendo una programación importante y, sobre todo, deberían diseñar un Plan B que permita reaccionar para que la imagen de Cuenca como capital cultural no se vea empañada. Claro que lo mismo hay actos de platea y actos de gallinero y yo no me he dado cuenta.